Ingenuos,
incrédulos, solo podían ser ellos. Han cambiado los semáforos por espejos.
Ahora se chocan con el mismo error creyendo que no tienen remedio. No se ven,
no miran, no ven. Todos iguales, todos siguiéndose, qué están haciendo.
Me levanté
por la mañana cuando la gente dormía. La gente duerme por la mañana. No se
extrañen. De noche es cuando salen a la calle.
Al día
siguiente volví a levantarme por la mañana. Un nuevo acto de rebeldía. Aunque
si nadie me veía, qué más daba.
Al siguiente
amanecer abrí mi ventana. La gente dormía, claro. Yo no. Pero había alguien
más. No sé dónde, ni quién... O qué. Pero había algo... Algo vivo, algo que
quería vivir.
Me quedé a
la espera.
Seguí esperando.
Pasó la
tarde y la calle se empezó a llenar. La oscuridad completó el serpenteante
cosquilleo de cucarachas que hacían rebosar los bordillos. Bichos. Insectos
negros e informes invadieron las aceras. Uno detrás del otro, por supuesto.
Tienen prohibido salirse de su carril. Demasiado miedo a ser aplastados. Aunque
qué más les da; uno menos entre tantos otros idénticos.
Para mi
deleite, hubo un par de crujidos. Exoesqueletos rotos intentando liberarse. En
su infierno volarán... Para siempre caer.
Seguí
observando. Algo comenzó a brillar. Mi esperanza se empezó a iluminar. No podía
ser cierto, mas lo era. ¡Lo era!
Luz y alas
para invadir las grietas.
Lo encontré.
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